El 9 de diciembre se conmemora el Día Internacional Contra la Corrupción. ¿Pero qué se sabe acerca del cerebro del corrupto? ¿Existe algún mecanismo neurobiológico que pueda explicar la deshonestidad? Pues parece que sí, un revelador estudio del University College de Londres publicado en Nature Neuroscience, encuentra que el cerebro humano es capaz de aceptar y adaptarse a la deshonestidad.
La amígdala cerebral
La amígdala cerebral es una región cerebral responsable del desarrollo de las emociones humanas; el sistema límbico es un conjunto de núcleos cerebrales responsables de la vida afectiva, el desarrollo de la memoria, el instinto de preservar el organismo y la especie y el nexo entre el medio ambiente y nuestros órganos internos antes de realizar una acción.
Al estimular la amígdala cerebral de un animal, este responde con agresividad, pero si es extraída, el animal se vuelve indiferente y ya no reacciona ante un estímulo que antes le había causado miedo o excitación sexual. Una persona con lesión de la amígdala cerebral no solo es incapaz de expresar sus emociones, sino que -a pesar de reconocer el rostro de otros- es incapaz de reconocer las emociones en el rostro de otras personas.
La amígdala cerebral es responsable del “creer en nuestros instintos” (gut feeling en inglés), en que -sin pensarlo dos veces- interpretamos instantáneamente una experiencia y la aceptamos o rechazamos de plano.
El experimento
Lo que hicieron los científicos fue estudiar dos hechos de común observación:
1) Cómo se explica que los grandes actos de corrupción empiecen siempre con pequeñas transgresiones, las cuales van creciendo progresivamente, hasta convertirse en delitos de gran magnitud. En otras palabras cómo es que el corrupto empieza de a poquitos y sus delitos van progresivamente haciéndose cada vez mayores.
2) Cómo se explica que el miedo inicial que desarrolla el corrupto al darse cuenta de que está haciendo algo malo, va desapareciendo poco a poco con subsecuentes actos de deshonestidad; convirtiéndose progresivamente en un sinvergüenza que -como se dice popularmente- “ya no tiene sangre en la cara”.
Debido a que previos estudios habían demostrado que la disminución de la actividad de la amígdala cerebral hacía que las personas se acostumbren progresivamente a estímulos negativos y que un estudio demostró que los estudiantes que tomaban un medicamento inhibidor de la función de la amígdala cerebral eran más propensos a copiar que los que no estaban medicados, los investigadores pensaron que la actividad de la amígdala cerebral tenía mucho que ver con la deshonestidad.
Para demostrarlo, diseñaron un experimento en el que 55 voluntarios participaron en un juego que los tentaba a engañar a sus compañeros y favorecerse económicamente de manera deshonesta. El juego estaba diseñado de tal manera que, al no enterarse de que sus compañeros se den cuenta del engaño, el deshonesto iba perdiendo el miedo a sus actos y se iba favoreciendo cada vez más y más.
Lo novedoso del estudio, y algo que nunca se había hecho antes, fue que se estudió la actividad de la amígdala cerebral con la resonancia magnética funcional (fMRI), la cual permitió ver si la actividad de la amígdala cerebral iba aumentando o disminuyendo a medida que el deshonesto iba engañando más y más.
Los resultados fueron impresionantes. Con los primeros actos deshonestos, la amígdala cerebral se activaba fuertemente, pero con cada subsecuente acto deshonesto, su actividad disminuía progresivamente, es decir, la amígdala cerebral se iba acostumbrando a los actos deshonestos. En otras palabras, el corrupto empieza poco a poco y al ir perdiendo la actividad de su amígdala cerebral, va perdiendo el miedo y se va acostumbrando al delito. La consecuencia es que al ir perdiendo el miedo al castigo, el corrupto avezado va aumentando la magnitud de sus actos deshonestos. El gran corrupto pierde entonces completamente la actividad de su amígdala cerebral.
Corolario
Este estudio tiene profundas implicancias para el individuo y la sociedad. En primer lugar, debemos entender -y aceptar- que el mecanismo descrito -que el cerebro humano es capaz de ir escalando y adaptándose a los actos deshonestos- es un fenómeno natural y que puede ocurrir en cualquiera de nosotros.
La gran pregunta es entonces ¿por qué ocurre más frecuentemente en ciertas sociedades y mucho menos en ciertas otras?
Raymond Fisman, economista y especialista en comportamiento humano de la Universidad de Boston dice que el asunto de la corrupción no es un asunto de la persona, sino del sistema en que vive. Si la corrupción es percibida como normal en un país, hasta la persona sin inclinación a serlo puede iniciarse y aprovechar del mecanismo cerebral descrito para acostumbrarse. Sin duda, el cerebro del ser humano es capaz de adaptarse a la corrupción cuando el sistema en que vive lo permite. Christoph Stefes, profesor de ciencia política de la universidad de Colorado dice que la historia enseña que una manera de luchar contra la corrupción sistémica es creando islas de honestidad en la sociedad, lideradas por individuos honestos, rodeados de personas honestas y que logren movilizar grandes segmentos honestos de la población, inclinando la balanza de la sociedad hacia el lado de la honestidad.
Dr. Arnulfo Mateo Hijo
Médico Internista y Psiquiatra
Centro Medico Anacaona, CMA
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Fuente: www.siglo21.com
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