Las horas de luz diurna y su intensidad son un estímulo externo determinante de la actividad cerebral. De día estamos activados, de noche dormimos, y el cuerpo funciona diferente en cada estado, sometido al ciclo sueño-vigilia.
El cerebro sirve para adaptarnos al entorno, ajusta su actividad a los cambios ambientales para que nuestras funciones corporales y nuestra conducta sean adecuadas en cada momento.
La disminución de las horas de luz se nota en las consultas de neuropediatría que se llena a cefaleas, epilepsias y tics y de trastornos del ánimo que pueden acompañar a otros problemas.
El ciclo sueño-vigilia humano sigue un ritmo circadiano que dura algo más de 24 horas y que se “desajusta” cuando el cerebro le falta la referencia de la luz solar.
Este ajuste entre las horas de luz solar y nuestro ritmo circadiano se produce gracias a la compleja y precisa coordinación de estructuras cerebrales especializadas que funcionan como un reloj interno que responde a los estímulos lumínicos externos como si fuera un interruptor, de modo de cuando hay luz aumenta la actividad cerebral, y cuando oscurece la disminuye.
Otoño y patologías neurológicas
No es raro aventurar que la disminución en las horas de luz pueda contribuir a ello.
La cefalea, el dolor de cabeza que aparece al empezar las clases es un clásico que no pocas veces se despacha como una excusa para no volver a ellas. Pero no es una excusa sino una realidad. En otoño la consulta por cefaleas puede llegar a aumentar hasta 31%, sobre todo en la pubertad. Los cambios de rutina respecto a las vacaciones de verano contribuyen a este incremento. Cambian los horarios que favorecen una disminución de las horas de sueño.
La depresión
La disminución de las horas de luz nos pone melancólicos a casi todos. Si hay una tendencia a la depresión o problemas neurológicos que la favorezcan, en otoño es fácil que empeore sus síntomas.
Determinados pacientes se adaptan peor a la disminución de los estímulos lumínicos, esto altera los niveles de los neurotransmisores cerebrales y de la melatonina, la hormona más implicada en el ciclo sueño-vigilia.
Conclusiones
Cuando el entorno es conocido y estable el cerebro es más eficiente en sus tareas adaptativas.
En otoño, además de la disminución de las horas de luz solar, sucede un cambio en las rutinas que favorecen la aparición de determinadas patologías neurológicas y entorpecen la buena evolución de los problemas neurológicos en la infancia.
Un entorno y un horario estables favorecen el neurodesarrollo. Los cambios estacionales son previsibles, y conocer su influencia en nuestro organismo resulta de gran ayuda para anticiparse a los problemas.
Dr. Arnulfo Mateo (Hijo)
Médico Internista y Psiquiatra
Centro Medico Anacaona,
San Juan de la Maguana.
Fuente: www.el-nacional.com
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